En Jerusalén visitamos el monte del templo: el punto geográfico más relevante del mundo espiritual, donde convergen los tres monoteísmos que permean el planeta entero. El medio oriente cobra importancia en los textos sagrados y podría uno concluir que estábamos en la cuna, el mero cucurucho, de las religiones que definen nuestra civilización moderna.

Un monoteísmo es una religión que alaba a un único dios. Durante miles de años la humanidad le ha rezado a múltiples dioses (politeísmo). En la cultura maya el dios del sol era una de las tantas figuras que se idealizaban. Los escandinavos tenían a Odin, Loki, y Thor. Los griegos tenían a los dioses del olimpo: Zeus, Hades, Athena, Afrodita, Poseidón, etc. Luego, en un periodo cósmicamente diminuto, aparecen tres campamentos distintos que alegan lo mismo pero de formas diferentes: solo hay un Dios. Estamos hablando del cristianismo, judaísmo y el islam.

Estos tres credos comparten algo importante: el lugar físico del monte del templo. Es el segundo lugar más sagrado del judaísmo porque es donde estuvo el templo de Salomón antes que fuera destruida por los babilonios, para los cristianos es importantísimo porque está a solo pasos de la vía dolorosa y el santo sepulcro, y también fue donde llegó Alá desde Medina en su caballo volador.

Queda claro que esta tierra es disputada ya que los tres grupos ideológicos tienen una justificación bíblica/coránica/toráica de venerar y proteger el lugar. A pesar del entorno tumultuoso, nos permitieron entrar en chancletas a tomar fotos (aunque la jupaebola y la vuvuzela tuvieran que quedarse en la puerta por razones obvias).

La historia de Jerusalén, y de Israel en general, es conflictiva y compleja. Aunque las personas sin afiliación religiosa solemos categorizar al judaísmo como una religión, en realidad es una etno-religión. Es decir, ser judío significa más que una aceptación mitológica/espiritual del torá. Más que religioso, es cultural, de tradiciones y costumbres e historia compartida. El judaísmo proviene de un asentamiento antiguo cuyos fundadores fueron los primeros en proclamar que “¡Dios solo hay uno!”.

Esta realización me lleva a reflexionar durante nuestro recorrido en el museo del holocausto, y no pude contener un par de lágrimas escuchando los testimoniales de los sobrevivientes. ¡El antisemitismo es una persecución injustificada de una etnia! Una civilización entera que ha sido brutalmente asesinada, hostigada y discriminada por razones que van desde lo estúpido: “los judíos mataron a Jesús”, hasta lo absurdo “los judíos matan niños cristianos y usan la sangre para hacer pan”. En mi suprema ignorancia alguna vez pensé: ¿cómo los judíos no renunciaron a su religión para esquivar la persecución en la segunda guerra mundial? Hasta ahora entiendo: no se puede renunciar a una etnia.

Otra diferencia importante que cabe destacar, entre judaísmo y los otros dos monoteísmos es que el judaísmo no es una religión misionera. Es decir, no están activamente reclutando creyentes para cobrar el diezmo. Esto dice mucho acerca de la mentalidad y el dogma judío (siempre me voy a enfadar cuando me despierta la minarete islámica a las cinco de la mañana, o cuando un testigo de jeová me toca el timbre un domingo por la tarde).

De vuelta en el monte del templo no pude evitar el ejercicio (quizás fútil) contemplativo de John Lenon: imaginar un mundo sin religión. ¿Cuántos atentados hubiéramos evitado aquí y en el mundo? ¿Viviríamos todos en paz? ¿Sin mutilación genital? ¿Sin opresión de género? ¿Sin odio indiscriminado? ¿Cuántas escuelas y hospitales se hubieran beneficiado si hubiéramos canalizado la energía y recursos de manera directa, sin iglesias ni sinagogas ni mezquitas de por medio? Nunca lo sabremos.

Nuestra última noche en Tel Aviv, Sharon (una amiga tica), nos visita y nos cuenta que no pudo coordinar la entrevista con el canal local de televisión debido al ataque terrorista en Estambul. Lo mencionó a la ligera, como si fuera el pan de todos los días. Ella, viviendo aquí en Israel hace años, debe haber desarrollado un formidable callo emocional para sobrellevar esas atrocidades y poder seguir su vida. Los demás nos quedamos pálidos al escuchar los detalles: seis muertos y 81 heridos causados por una bomba en una plaza.

El poder y el alcance del adoctrinamiento religioso ha llevado al ser humano a cometer actos aberrantes que solamente se podrían justificar desde una postura de odio, intolerancia y extremismo irracional. Asesinatos rampantes y genocidios piadosos espolvorean la historia de la humanidad (la santa inquisición, las cruzadas, terrorismo islámico, los genocidios de Rwanda, Bosnia, Myanmar, el eterno conflicto israelí-palestino, etc.). Aunque todas las religiones del mundo alegan ser pacifistas, algo tan simple como una diferencia ideológica puede ser suficiente para llevar a un devoto a levantar armas contra el prójimo. Antes de acusar a un ateo de ser inmoral, recordemos que nadie nunca mató a otro ser humano en nombre de las leyes de la física.

Es indudable que las religiones del mundo han influido en el progreso humano. Alabar a un mismo dios (o dioses) probablemente sea la manera más efectiva de unir a un pueblo. Quizás los que inventaron los monoteísmos fueron los primeros en practicar el “guerrilla team building”. Sin embargo hay aspectos de las religiones que nos han causado mucho daño y que en lugar de unir, nos dividen. Y solo porque hemos hecho algo de cierta manera históricamente (este era uno de los razonamientos favoritos de los dueños de esclavos), no es argumento válido para seguir haciéndolo.

A fin de cuentas estamos todos juntos flotando sobre una piedrita azul sobrepoblada y contaminada, intentando sobrevivir. Estos constructos que hemos creado llamados “países” y “religiones”, son completamente arbitrarios desde una perspectiva cósmica. Si nuestra especie quiere prosperar, o al menos aguantar la catástrofe climática que nos está sofocando, tenemos que dejar de ver las cosas que nos diferencian y aceptar la cruda realidad de que todos somos iguales e insignificantes.