Lo que nació como un chiste se ha vuelto uno de los proyectos más representativos de nuestras vidas. Mientras much@s amig@s tienen trabajos serios y aburridos, el nuestro; aunque sea una vez cada tanto, es inspirar, entretener, y hacer reflexionar.

Hace unas semanas nos llegó un video de una chiquita, fanática de Subite al Chunche; llenando el álbum del mundial femenino. Probablemente había, con el mismo entusiasmo; llenado el de hombres de Catar. Me recordó la primera vez que llené un álbum Panini en la edición de EEUU 1994. Stickers torcidos, sonrisa impresa. Eso sí, ni media mujer a la vista. Lo que me inspiró de verla no fue su entusiasmo ni su gusto por el futbol, sino la normalidad con la que registraba que el mundial de mujeres puede ser igual o más chiva que el de hombres.

Su inocencia, todavía libre del conocimiento de las tremendas inequidades existentes en el deporte a nivel de género, se sintió como una premonición de como se verá nuestra visión una vez realizada. Un mundo donde no se compare el futbol de hombres con el de mujeres (aquí podría argumentar firmemente a favor del femenino, pero me tragaré esas palabras), sino que se aprecie cada uno por sus virtudes y sus carencias, sus emociones y dramas. Donde se les apoye por igual y celebre por sus características únicas.

Lo cierto, es que si tod@s apoyamos ese esfuerzo de equidad…esa niña reconocerá las caras de Raque Rocky y Shirley Cruz casi que por igual que las de Joel Campbell y Keylor Navas. Fue con el fin de alimentar esa dirección que decidimos que esta edición sería mucho para esa generación. Aunque no parezca, esto tiene implicaciones masivas a nivel conceptual. Implica que nosotr@s también nos volvamos niños, y escribamos la historia pensando en algo que es@s guilas disfrutarían, con ciertos hints de humor adulto que mantengan a los tatas en vilo también. Algo así como un Pixar tropicalizado y artesanal idiosincrásico. Como cuando en Shrek 2 la policía agarra al gato con botas con una bolsita de ‘catnip’ y el mae grita “juro que eso no es mío”.

Esto ha implicado incorporar elementos de ficción con humor y permitirnos imaginar como sería ser niñ@ y ver a un grupo de adult@s tic@s cruzando el país más lejano del mundo, dejando atrás sus trabajos normales y sacrificando las responsabilidad de adulto que a tantos frenan, por crear una especie de reality show popular que abra espacio para el asombro y haga reflexionar sobre lo mucho más aventurer@s que podríamos ser l@s tic@s si tan sólo le perdiéramos un poco el miedo a lo desconocido.

Curiosamente, en lo que busco invocar a mi niño interior, también me topo de frente con una tormenta emocional, alimentada por vivencias personales y el ser testigo de la violencia verbal tan explícita a la que están sujetas las mujeres de un equipo que a su vez está secuestrado por una jerarquía de poder masculino donde ni sus más altas integrantes tienen libertad de expresión. Se vuelve entonces retador ser portadores y portadoras de una antorcha de esperanza y fe, cuando las personas del público que intentás inspirar están sumidas en la oscuridad de sus propias limitaciones sociales. Víctimas de la apatía y la engañosa seguridad de las pantallas de un celular al tirar hachazos sin aparentes consecuencias individuales, dañando de a poquitos la tela colectiva que ultimadamente nos rige.

Entonces vuelvo a recordar la niña llenando el álbum, al margen de las complejidades sociales y políticas mundialistas, y encuentro respiro y propósito en su inocencia y nuestra posibilidad de hacerle ver que hay hombres y mujeres esforzándose por normalizar el apoyo igualitario a ambos géneros de formas creativas, no confortativas, y profundas en su ligereza.