Caminando por el casco viejo del Cairo con Carme y Jupa, balón en mano, entramos aleatoriamente por callejones y recovecos para ver qué nos topamos. En una de esas encontramos una placita abandonada, espolvoreada de objetos olvidados en el tiempo. Ahí conocimos a Rafik, un sudaní de 70 que vive y trabaja en El Cairo hace décadas vendiendo especies. Entre carcajadas y charadas, logramos comunicarnos y se armó la mejenga. Se materializaron dos o tres niños inexplicablemente y se comienza a mover la pelota. El balompié tiene una capacidad para romper barreras culturales y socioeconómicas, pero igual había timidez en este grupo espontáneo que nació gracias a la perpetua sonrisa de Carme y la disposición entusiasta de Rafik. 

Para los que no la conocen aún, Carme jugaba con el Atlético de Madrid… Sobra decir que controla bien el esférico. Debido a esto, me asombré cuando ella, la única que realmente sabía jugar en ese partido árabe callejero, le mete un mero puntazo y la bola se va para el carajo. Voló directo al techo hechizo de tela tensada que tapaba una porción de la plazoleta. Unos minutos después, cuando se recupera el balón, hay celebración: sonrisas, high-fives y cánticos victoriosos. En ese instante, Carme me guiña el ojo y me cae la peseta. Lo hizo adrede, porque resolver un problema en conjunto es una de las maneras más efectivas de crear empatía, compenetración y un sentimiento de fraternidad en un grupo de personas desconocidas. ¡Brillante!

Cinco días y 784km después, en Wadi Musa (pueblo aledaño a Petra) decidí probar otro tipo de “guerilla team building” basado en la misma premisa de catarsis.

En esta edición de Subite al Chunche, estamos viajando seis personas pseudo-desconocidas. Aunque viajé a Rusia con Sebas, y tengo relación previa con Jupaebola (aunque no viajamos juntos en Rusia), con los demás integrantes mi relación se limitaba al tiempo que trabajamos juntos en este proyecto previo a zarpar de SJ. Otros tenían incluso menos familiaridad con los demás chuncheros. Para Carme, por ejemplo, prácticamente todos éramos desconocidos ya que solo tenía vínculo previo con Sebas. 

Es inevitable que al terminar este viaje habremos creado un vínculo casi sanguíneo, ya que compartir 24h al día durante seis semanas tiene la capacidad para avanzar una relación más rápidamente (por órdenes de magnitud) que en la vida “normal”. Aún así, decidí acelerar el proceso con una bolsa de lentejas. 

Llevábamos diez días de viaje, y aún no habíamos roto la ’barrera del pedo’. Barrera trascendental que debe superar cualquier grupo para entrar en la zona de confianza plena. Por lo tanto, me manifesté inmediatamente cuando se nos presentó la oportunidad de cocinar y comer algo casero (por fin). Con la ayuda de Carme y Jupa, me rajé una olla de lentejas rojas que fueron un éxito explosivo (pun intended). Estas legumbres son altas en prote, fibra y un leñazo de micronutrientes poderosos. Sin embargo, suelen ocasionar flatulencia debido al alto contenido de fibra que no logramos digerir, y cuando llegan al intestino nuestras bacterias se matizan con lo que queda de la lenteja (y producen gases al hacerlo). 

El día siguiente visitamos las ruinas de Petra, y llevábamos propulsión leguminosa que culminó por derrotar la susodicha barrera interpersonal. Recuerdo vívidamente el momento que Sebas y Carme se estaban tomando una foto frente a Al-Khazneh, el imponente monasterio de 40m tallado en la montaña por los Nabateos. Ya que entramos a las 630am (y llegar al monasterio requiere una caminata de 12km, por lo tanto un porcentaje bajo de los visitantes llegan hasta allá) había tres gatos. Estábamos prácticamente solos y disfrutamos de un silencio parroquial cuando de repente sonó el trompetazo más fuerte del día. Como un trueno intestinal, resonó en las columnas del formidable monolito generando un eco inesperado. Vuelvo a ver, y sentados a dos metros justo en la zona de impacto, estaba una pareja inglesa comiéndose una bolsa de Lays. Al ser muy proper los ingleses suelen evitar confrontaciones y no dijeron nada, pero los seguí observando y el olor fue tan ofensivo que se enchilaron los ojos. 

A pesar de la hediondez, me alegra haber podido contribuir a la gasificación solidificación de nuestra relación de equipo.