Van a pensar que esto es un cuento de ficción, o que al menos ajusté la realidad para ponerle sazón al relato. Lamentablemente no soy tan creativo, ni tan motivado, como para sentarme a redactar a las tres de la mañana, unos sucesos inventados.

La cosa fue así:

Miércoles 13 de junio del 2018. Amanecemos los cinco en un apartamento en Moscú, alquilado por Airbnb. Desayunamos huevos a las 8am, como siempre. Yo planeaba tomar un vuelo a Samara mientras los demás iniciaban su viaje largo por tierra en el Chunche. Durante la empacada, escucho a Oliver gritar por la puerta principal:

“Maes acá está la paca, y necesitan los pasaportes”

En eso escucho la voz de un ruso hablando inglés, dentro del apartamento. Salgo del cuarto y me topo de frente con un búfalo vestido elegantemente, recién afeitado, rubio, como de metro noventa y con quijada de boxeador. Lo freno en seco, y le pido inmediatamente identificación. Me muestra algo que parecía una cédula de residencia, emplasticado en Office Depot. En ningún lugar veo un escudo policial o algo que delatara visualmente que realmente fuera un oficial.

En ese instante, entré en pánico y di por sentado que nos van a gorrear de alguna forma. Pensé que nos iban a plantar drogas para luego extorsionarnos. Luego decidí que simplemente era un timo para entrar al sitio, encañonarnos, y saquear el apartamento. Honestamente consideré que iban a cosechar nuestros riñones. En ese mismo instante apareció un policía uniformado en la puerta principal. Eso me dió un poco más de tranquilidad (al menos no son impostores), hasta que vi de cerca el uniforme y dudé de la procedencia del mismo. Creo haber visto en pequeño mundo uno parecido en época de halloween.

Se derritieron treinta minutos. Llegaron dos oficiales más no-uniformados. Nos afirmaron que sería totalmente necesario ir a la comisaría con ellos, porque nuestro anfitrión de Airbnb no había registrado nuestra llegada. Asustado, decidí ducharme. Salí en paño, y tuve que pedir permiso entre los 4 mastodontes que estaban estacionados frente a la puerta del baño. Ahí fue cuando el rubio me dijo, con media sonrisa y el acento más Ruso que jamás existió:

“Lucky you”

Por un momento pensé que se refería a la ducha. Quizás tiene una regadera medio chafa en su casa y estaba envidioso del formidable caudal en nuestro alojamiento. Resulta que no. Yo fui dichoso porque esquivé el arresto. Me dejaron libre porque tenía que coger el vuelo a Samara dentro de 3 horas.

Nos despedimos. Corvina (cc Sebas) se subió al Chunche y se fue detrás de la patrulla donde iban Oli, Andrés, y Jupaebola. Salí soplado hacia la parada de bus mientras llamaba a la embajada y hacía malabares con google maps y el web check-in de la aerolínea rusa. Recibí una merecida sanción de parte de la embajada por no habernos comunicado con ellos inmediatamente cuando la KGB invadió nuestro aposento. No se nos ocurrió hasta que ya el equipo iba preso.

Me subí al bus que me llevaría a la estación de tren donde haría trasbordo para llegar al aeropuerto. Mientras hablaba con Oliver (que iba en la perrera), el chofer del bus paró, y empezó a gritarnos a los pasajeros. En Ruso, obvio. Se bajaron todos inmediatamente sin cuestionar al chofer. Faltaba como tres cuartos del trayecto. Seguro puse cara de “¿qué es esta mierda?”, porque un buen samaritano se me acercó y me dijo: ¨Bus broken. You get off now¨. Perfecto.

Como es de costumbre, Iba con el itinerario fríamente calculado para no esperar más de 20 minutos en el aeropuerto. Inmediatamente se convirtió en una carrera contra el tiempo. Estaba en media carretera con 20% de batería en el celular, sin saldo (hay que hablar ruso para recargar), a una hora y media del aeropuerto y a dos horas y pico de la salida del vuelo.

Por dicha había descargado el mapa de moscú y pude dirigirme al metro más cercano. Voy trotando hacia la estación. 20 minutos después, llegué con las rodillas adoloridas y la chema mojada. Pecho y espalda. Correr con dos bultos puestos es más incómodo que ponerle la pijama a un pulpo.

Le traté de reclamar a la señora que me vendió el pase del metro porque mi viaje en bus fue un fiasco. Me dijo que no era problema de ella y me invitó a pagar otro tiquete, o bien meterme el dedo. Por cierto, el bus no parece haberse jodido. Cuando nos bajamos todos los pasajeros el mae arrancó y jaló. Bienvenidos a Rusia.

El metro de moscú es el mejor y el peor del mundo. El mejor porque estéticamente es insuperable. El palacio del pueblo. El peor porque es un maldito laberinto imposible de navegar si uno no habla ruso. Seguí sudando. Conseguí a un mae que me ayudara con un triple cambio de línea que tuve que hacer en menos de 10 minutos, y llegué con 18 segundos de sobra al tren que me llevará al aeropuerto.

Para no aburrirlos con el cuento del aeropuerto, lo resumo. Me atrasaron en el check-in por el rollo del Fan ID y mi pasaporte, pero llegué justo a tiempo a la puerta. Disfruté de un corto vuelo al lado de un ruso obeso que sufre de flatulencia severa. Definitivamente fue mejor que chupar 25 horas de llanta en el Chunche.

Aterrizo en Samara y entro nuevamente en modo supervivencia. Nadie habla inglés. El aeropuerto es pequeño. Toda la señalética está en Ruso. ¿Mañana es el Mundial? ¿Aquí? Nada tiene sentido. Encontré un pupitre con 2 niñas de 15 o 16 años que portaban una camiseta de voluntarios del mundial. Una hablaba inglés al 40%, y la otra cero por ciento. Entre las dos, duraron 12 minutos en decirme cuál bus tomar para llegar a mi destino (un airbnb que había reservado).

Abre Paréntesis. Esta reservación de Airbnb en Samara ya me tenía preocupado desde hace un par de días. El anfitrión no contestaba ningún mensaje hace una semana. Hoy en la mañana, antes de desayunar, le dije que era imperativo que me escribiera con información del check-in. No había recibido ningún mensaje para cuando despegué de Moscú. Cuando aterricé en Samara, sonó el teléfono y me hablaron en ruso por 30 segundos sin parar. Le pregunté a todas las personas en mi fila, la de adelante y la de atrás, y nadie hablaba inglés ni español. No tenía traductor. Acudí a gritarle de vuelta: ¨Text, whatsapp, airbnb, sms, Text¨. Le mandé varios mensajes en ruso por todos los anteriores canales, y no me contestó ninguno. Cierra paréntesis.

Le pido a la muchacha del 40% que por favor llamara a mi anfitrión para decirle que estoy acá, y que voy de camino. La señorita muy amablemente me hace el favor. Discute a una velocidad de 500 palabras por segundo, durante 14 segundos, con mi nuevo host de Airbnb y cuelga. Me dice: ¨Yes ok, go on bus 329¨.

Me amarré las mochilas y me fui a gallo tapado. Anonadado por la pobreza que se observa en el camino del aeropuerto KUF a la ciudad de Samara, recordé mi viaje por India. Edificios olvidados. Calles peores que las nuestras. Ni un solo árbol. Escombros, basura y tierra por doquier. El contraste con Moscú es como noche y día. El chofer del bus iba fumando y hablando por teléfono, al mismo tiempo, mientras cobraba y conducía el enclenque estañón hediondo número 329. Sonó otra vez mi teléfono. El anfitrión. De 8 personas que iban en el bus conmigo, ninguno hablaba ni una sola palabra de inglés. Contesté y le repetí: ¨Text please! Text! Message! Google Translate!¨.

Hice trasbordo en una calle amplia después de pasar por una valla publicitaria de la campaña mundialista que decía ¨Welcome Costa Rica¨. Me sentí súper bienvenido en ese momento. Obviamente el trasbordo fue otra catástrofe. La chica del aeropuerto me había dicho que cogiera el tram 23, un mae en la parada me dijo que tram 22, y mi instinto me decía que ambos eran incorrectos. Tomé el bus 50. En este bus descubrí la deplorable situación económica de Samara. Tenían una señora asalariada, cobrando los pases en el bus (como he visto en Perú, Bolivia, e India). El hecho de que ese puesto exista, implica que el salario mínimo es bajísimo. Más si considera que viajé hora y media y pagué un total de 1 euro.

Ahora es cuándo la historia se pone bizarra.

Llego al edificio del Airbnb que pagué. Es áspero. Puertas metálicas y pesadas. Pintura quebrada. Moho en el exterior y en las canoas. Viejitas fumando cigarros caseros en una de las entradas. Ubiqué la puerta con el intercomunicador, y no logré hacer el llamado al apartamento 31. No entiendo nada. No tengo saldo para llamar al mae. Le pido ayuda a un compita de 25 años con pelo de futbolista que justo iba pasando. Tampoco lo logra. De pura casualidad, iba saliendo uno de los habitantes del edificio. El compita me sostuvo la puerta, señaló hacia adentro y dijo algo en ruso. Entré.

Se cerró la puerta detrás mío con la fuerza de seis furgones. Oscuridad total. No hay ventanas. No veo apagador. Avancé como 10 metros a ciegas para ahorrar batería de celular. Ahora sí que entré en modo supervivencia amazónico ninja americano. Escuché un grito, pero estaba casi seguro de que era un niño jugando. Un bombillo tintineaba en el pasillo y emitía un zumbido eléctrico que resonaba al ritmo de mi pulso cardiaco. Las paredes eran grises, con manchas color crema donde alguna vez hubo pintura con plomo.

Ascendí hasta el tercer piso buscando una puerta con el número 31. La estructura era asimétrica. Los pasillos distintos en cada nivel. Las puertas todas diferentes. Las escaleras cambiaban de dirección entre pisos. Los bombillos todos mal matados. Una de cada diez puertas llevaba número dibujado en tiza. La asignación numérica parecía ser totalmente arbitraria. El apartamento 48 estaba en el piso 2.

Cuando aterricé en el tercer nivel, al final de uno de los tantos pasillos oscuros vi la sombra de un señor con bastón, quieto. Por segunda vez en el día, me cagué. Salí espantado como liebre electrocutado.

Cuando vi luz día y respiré aire fresco, retomé la cordura. Pensé: “al menos no estoy en el bote en Moscú con los demás malechores de Subite al Chunche”. En eso apareció de nuevo el compita que me había invitado a ingresar a un edificio embrujado. Le pedí que llamara al anfitrión, accedió, pero no hubo respuesta. Se nos unió una señora de 70 años que llevaba una verruga muy simpática en el cachete con cuatro pelos gruesos y omnipresentes saliendo del mismo. La señora llevaba una bolsa de supermercado con pan y leche. Ella vive en el edificio e intentó enseñarnos a usar el intercomunicador para localizar al mítico 31. No lo logró. El tipo escribió algo en ruso en su celular y me muestra la traducción: “No intercom”. Perfecto. Le expliqué con el traductor que no había encontrado la puerta 31. El tipo y la señora se tiraron un debate apasionado que duró 40 segundos. Hubo una pequeña pausa y el tipo volvió a redactar algo en su celular:

“She will be your grandmother”.

Lo vi, me froté la frente, lo leí de nuevo. No pude contener una risa. Me sentí totalmente halagado de que la señora me quisiera adoptar, no sabía ni qué decir. Pensé que no podría rechazar la oferta, sería muy grosero.

En eso, el tipo se dió cuenta que había un error, cambió UNA SOLA LETRA en ruso, y me volvió a mostrar el celular:

“She will take you to the apartment”.

Casi lloro de la risa.

Okay. Vamos pa´dentro de nuevo. Esta vez iba acompañado de una localeña de cara dura que tenía conocimiento de los apagadores ocultos. Habíamos luz. Usamos el ascensor comunista para ir al piso 6 (claro, el 31 está en el piso 6). Pasamos una puerta innecesaria que nos llevó a un pasillo que se hacía más angosto conforme uno avanzaba. La puerta 31 no tenía número pero la señora estaba segura. Ella vive en frente. Le metió nueve leñazos a la puerta con toda su fuerza. Le agarré el brazo para indicarle que dejara de golpear tan fuerte, pero más importantemente para que no me dejara solo esperando respuesta en ese búnker tétrico soviético.

No hubo respuesta. Por dicha. Escolté a la señora a su puerta, y me fui para el café más cercano a conectar mi celular que ya había muerto. Hice una reserva en booking.com en un lugar a 10 minutos caminando.

Esperaba encontrar una recepción y algo que se asemejara a un hotel con humanos. Mameluco. Me topé otro edificio gigante de concreto, desierto. La instrucción en Booking.com era llamar a un número de teléfono al llegar. No tenía saldo. Una dulce rusa que hablaba un impresionante 55% de inglés, me hizo el favor de llamar. Me indicaron que el agente llegaría a hacerme el check-in en 15 minutos.

Perdí mi jacket en Moscú. Tuve que esperar afuera, en el frío. Ya eran las nueve y pico de la noche. No había comido nada en todo el día desde los huevos. Pero bueno, al menos no estaba caneando con los demás.

A las 930pm llegó iván el agente, y me puso al teléfono con una rusa de 70% inglés. Ella me explica que hubo un problema con mi reserva. Se sobrevendieron los apartamentos. Ahí no hay lugar. Me indicó que me tengo que subir al carro con Iván, para ir a otro sitio en donde me tendrían otro apartamento incluso más bonito que el que había reservado. “We will not charge you extra for this upgrade”, me dijeron. Tuve serias dudas. Olía a estafa. El Chevrolet Spark de Iván estaba sospechosamente lleno de barro, por dentro y por fuera. Le tomé foto a la placa y se lo mandé a mi novia con un audio que seguro le encantó:

“Si desaparezco, sigan este rastro”.

Llegamos a un apartamento lindísimo. Iván estuvo conmigo durante 2 horas haciendo el check-in más burocrático de la historia de la humanidad, incluido el registro policial. Hicimos inventario de absolutamente todo lo que hay en el apartamento. Firmé cuatro contratos y dos recibos. Dejé un depósito y finalmente recibí la llave.

Salí a media noche a buscar alimento en un super 24 horas. El que atendía estaba fumando afuera, y me dijo que lo esperara mientras terminaba de fumar. Se fumó cuatro cigarros mientras yo me congelaba en la acera. Compré un pollo entero, un zucchini, una cebolla y una bandeja de hongos. Lo puse todo en el horno, me lo comí todo, y redacté esta crónica.

Las cosas que hago por el balompié.

P.D.: Esos maes quedaron libres después de pagar una multa y canear varias horas. Siguen volando llanta a las 4am.