Y llegó el día. No dormí un carajo. Los otros, me imagino que tampoco. Amanece, y me despido de mi perra Lila, que me ve con cara de resentida detrás del ridículo cono que anda alrededor del cuello tras una bronca con un alambre de púas que terminó con la mitad de su oreja (tremendo timing). Se acuesta sobre mis zapatos como en señal de protesta. Sabe que me voy. La noche antes, mi pobre madre también lo supo, al irme por enésima vez en los últimos doce años, desde que la viajadera se me volvió maña. “Por lo menos las calles son mejores, así que me quedo tranquila”…más de uno podría recibir curso de valentía de ella.
Me subo al carro con mi papá (me ha llevado al aeropuerto desde que tengo uso de razón) y mi pareja Christine, todavía media ruleada, pecaito. Qué rico es andar por Chepe sin presas. En dos patadas estamos en el aeropuerto. Y helos ahí, los tres mosqueteros con los que compartiré los próximos meses en la comodidad de un carrito ruso. Jupaebola, el grande; se vino desde Granadilla (ahí por el taller Wabe) a despedirnos. Y entonces, arranca oficialmente el trip. Sacamos la cámara, repasamos el guión y nos vemos como con cara de “¿cómo putas funciona esto?” Sin estar 100% seguros de qué le toca a quién, me transporto al mismo momento, cuatro años exactos atrás. Deja vu de los bravos, de los que sí se acuerda uno. Tras un incómodo discurso de despedida que hay que repetir como cuatro veces para grabarlo—y en el cual a Jupaebola “se le suelta la perra” y tira como diez pachucadas épicas—nos damos cuenta que nos deja el toro, así que mas abrazos, besos a las medias naranjas, y fuimonos.
El primer obstáculo surge de inmediato. El permiso de tránsito por EEUU de Sasso y Andrés (nuestro camarógrafo y a quien iremos introduciendo progresivamente) no aparece. “Señora, ¿usted conoce a los maes de Subite al Chunche? Pues aquí vamos”…par de “jijis” y una visita al centro de información después, tenemos los pases de abordar en mano. Nada como un buen recuerdo emocional para trascender formalidades.
Y entonces, nos subimos al avión rumbo a Panamá, primera escala del bus de la Peri hasta Londres. “¿Ya va uniformado?” es lo primero que oigo de una sonriente señora en el asiento de a la par. “Es que usted no sabe quién es ella…” dice otra orgullosa. Y así es como empieza este viaje, con señal divina incluida: iba a la par de la esposa del “Machillo” Ramírez, Jeanneth. Me cae la peseta, esta señora tiene más influencia sobre la Selección Nacional que la banca entera del equipo. En la próxima hora, nos convertimos en mejores amigos. Al punto que nos bajamos en el bellísimo aeropuerto de Tocumen, y dos selfies después, nos da la bendición papal en representación de toda su familia. Esta vara empezó bien, pienso yo ¿no?
Llegamos a Boston, segunda parada de la Peri. Dos horas en migra. Qué espanto es entrar a Estados Unidos. Lo logramos. Corremos, fila eterna en Norwegian para el vuelo rumbo a Londres. Rogamos, nos colamos en la fila. Toca seguridad, rogamos de nuevo, la cara de arrepentidos nos ahorra un minuto por cada segundo que la mantenemos. Como los grandes, cruzamos seguridad en un santiamén a pesar de la espeluznante fila y de la nada, estoy sobre el Atlántico, escribiéndoles a ustedes este primer blog post en tierra foránea.
A la par mía va Sasso, quien se atiborró dos bolsas de orejitas Jomar y está en coma de glucosa. Al otro lado, Andrés (no insistan, ya lo conocerán); babeando un toque pero evidentemente matizado.
Y allá, en el mapa, a medio océano de distancia, se avecina Londres; donde nos espera el eterno Boli, estoico e implacable futbolero y mi compañero de mil batallas. Así que mae…vaya preparando el pintico que nos mandó don Pedro, que acá van los del Chunche, bendecidos y listos para comenzar a volar rueda.
#subitealchunche #rusiaporpista