Dedicado a Ana María Álvarez, cuya hospitalidad y pasión dan luz y vida a quienes más lo necesitan.
El 15 de agosto de 1961, los Berlineses vieron como una pared se comenzaba a erguir frente a sus casas. De un pronto a otro, sin mucho aviso, se estableció una frontera que duraría casi tres décadas. Una mísera pared, dividiría familias, un país, un continente, y por supuesto, el mundo en dos.
Esa misma ciudad había visto a Hitler recorrerla con orgullo tan sólo dos décadas antes, preparándose para convertirla en la ciudad más espectacular que el mundo hubiera visto, basada en principios tiránicos y racistas.
Es por eso que lo que sucedió en Berlín se siente tan relevante en mi vida y en la historia de Subite al Chunche. Y en tan directo contraste con la historia pre-1991 de esta gran ciudad. Comenzó hace unos meses, cuando establecimos contacto con Ana María Álvarez, gran amiga y reciente migrante a tierra alemanas, donde fundó la espectacular organización Migration Hub, dedicada a brindar oportunidades de emprendimiento a refugiados en Alemania, un gran porcentaje de ellos sirios. Rápidamente la conversación giró en torno al fútbol, y cuando nos dimos cuenta, teníamos un plan: armaríamos una mejenga entre ticos, alemanes y refugiados del medio oriente. Una mejenga que reflejara el liderazgo ideológico que ha tenido Alemania en mostrar el potencial de los refugiados en ser contribuyentes, no cargas sociales, como tan triste y erróneamente se interpreta en muchos países (ehem, Costa Rica…) Pero sobretodo una mejenga que mostrara que a veces, no necesitamos más que un hilo en común para construir una bandera nueva, que no refleje nacionalidades ni colores, sino tolerancia.
Pues no sólo la mejenga sucedió, incluyendo momentos que me acompañarán para toda la vida y que podrán ver en el episodio 3 que sale este viernes, sino que se sin esperarlo, nos dimos cuenta que muchos de los jugadores estaban en medio de su ayuno de Ramadán, una tradición musulmana de empatía con los menos afortunados. O sea, no habían tomado ni comido nada en casi 24 horas, y aún así se echaron 90 minutos de futbol. A eso le llamo huevos y pasión. Y el punto final: un picnic para romper el ayuno con un regalo de nuestra tierra: una sopa negra cocinada con frijol tico. Que alguien me calle si estoy mintiendo, pero pondría mi mano en fuego que es la primera vez en la historia que un grupo de refugiados sirios rompe su ayuno de Ramadán con comida típica de tiquicia.
Y es ahí donde veo el simbolismo. En la posibilidad de abrir el corazón a no sólo respetar, sino abrazar lo diferente. A no sólo tolerar sino explorar aquello que no conocemos y a menudo rechazamos por el simple hecho de temerle a lo desconocido. Porque lo que confirmé con más seguridad que nunca, es que cuando uno abre el corazón y la mente, se abre con ellos un mundo de posibilidades sumamente gratificantes. Y tal como Ana María, oriunda de Cartago y ahora exitosa emprendedora en Berlín, estos migrantes, esa mejenga, ese picnic, son prueba que al final, las fronteras, al igual que el muro de Berlín, nos las inventamos y lo que único que verdaderamente nos une es la humanidad que compartimos.
¡No se pierdan el episodio 3 este viernes a las 5pm!