———– LA BIRRA QUE CAMBIÓ TODO ————

Octubre 2013. Sucedió en el aeropuerto de Nueva York, donde Oli vivía. Yo venía de toparme el Chunche original, el vocho; en Sudáfrica mientras cubría historias para CNN. Se había sentido como una señal. Calculo pasaron menos de 5 minutos entre cervezas. Durante la primera, decidimos ir al mundial de Brasil. Ese juego ya estaba arreglado desde que al final de Sudáfrica, tres años antes, habíamos abierto una cuenta de ahorros con nombre Brasil 2014. Fue la segunda cerveza, sin embargo, la que marcaría toda la diferencia del mundo: iríamos en carro. Repito. En…carro.

Las implicaciones eran drásticas. Renunciar a nuestros trabajos traería consigo muchas cejas levantadas. ¿A Brasil en carro? ¿Y el trabajo? ¿y sus responsabilidades? Los juicios volaban de antemano, tan naturales en boca del temeroso. Pero había una dosis de intuición imposible de ignorar. Un llamado incesante a la aventura, una negación de atenerse a lo cotidiano y más bien a nadar a contracorriente de lo establecido socialmente. Claro está, esa corriente es fuerte, y tal como sobraban las razones para hacerlo, el peso de la “realidad” se cernía como nube negra en día playero.

Dos meses después, sin trabajo pero con la dignidad de quien cree en su proyecto y se atiene al presente, crucé la puerta de Purdy Motor sin cita previa. Del otro lado, otro soñador me recibiría con la misma informalidad que crucé la puerta. Don Javier Quirós, en su característica humildad, vio el potencial que siete empresas no habían visto hasta entonces, y puso a nuestra disposición aquella maravilla de máquina. El Chunche renacería en forma de Toyotona.

———— EL RIDE A BRASIL (RUTA) ————

Si la incertidumbre es la fuente de las legendarias aventuras, pues a esta le sobraba. Una ruta que dejó la practicalidad en Costa Rica, pero que haría hasta al joven Che Guevara sentirse orgulloso.

Santa Marta – Cartagena – Medellín – Bogotá – Cali – Quito – Cuenca – Máncora – Lima – Ica – Cusco – Puno – La Paz – Uyuni – Santa Cruz – Goiania – Fortaleza – Natal – Recife – Belo Horizonte – Recife – Belo Horizonte – Salvador Bahía.

Un semicírculo que traería consigo de los tramos más retadores de nuestras vidas: balancear amistad, responsabilidad y diversión.

———— LA EPOPEYA ————

Comenzó con una caravana. Agárrense de las manos sonaba a todo volumen, y minutos antes habíamos convocado a la fanaticada tica en Fortaleza al hotel donde nos habíamos enterado estaría hospedada La Sele. Seríamos el último carro en pasar la redada, por ende el primero en la caravana que incluía comitiva policial y el bus oficial de la Selección Nacional. Ni San Pedro lo hubiera planeado mejor. Una marea roja nos esperaba frente al hotel, y como quien atestigua por primera vez un gol mundialista de su equipo, la gente se volvió literalmente loca. Sombreros, niños, brasieres, de todo nos tiraban por la ventana. Unos brincaban en la tapa y otros en el techo. Yo, desesperado porque no me arrugaran la nave, solamente pitaba en impotencia ante la algarabía. Fueron los tres minutos más intensos y lentos de mi vida. No fue hasta que frené en un semáforo que alguien –hasta entonces agarrándose por su vida en el techo– caería de un leñazo en la trompa del carro, para luego apearse menos glamorosamente que montador borracho en Zapote y gritar “¡Viva La Sele!” en mi oído. Fue en ese instante que me creí nuestro propio cuento que llegaríamos lejos en el mundial.

De lo que pasó en las siguientes tres semanas, me lo guardaré para una edición más larga de este blog. Pero les adelanto que incluye dramas de telenovela, shots con ex-presidentes y más llanto que el funeral de Pilo Obando.

En el próximo post, los ponemos al tanto sobre por qué salió Racha del proyecto, y cómo el famoso Jupaebola llegó a nuestras vidas con bombos y platillos.