Una camiseta de tirantes acaba siendo el detonante de que al tercer día de viaje, me derrumbe en un mar de lágrimas que podrían llenar el Río Nilo.

Efectivamente el mundial es en Qatar, que de por sí ya se las trae… pero nuestra aventura comienza en Egipto y sigue por Jordania, Israel, Palestina, Emiratos Árabes y Arabia Saudí. Realmente creía ir preparada con un botiquín lleno de anticuerpos frente a los machismos y gestos heteropatriarcales de todo tipo. ¡Pobre ilusa de mí!

Es de noche, y tras un día intenso de grabación por El Cairo, salimos a cenar todo el crew. El calor de la tercera ciudad más poblada de todo África no desaparece cuando lo hace el sol, por lo que decido ponerme una camiseta de tirantes, para dar un poco de descanso a mis vociferantes axilas. Llevo una chaquetita por si acaso, conocedora de los códigos de vestimenta dentro de la cultura musulmana, pero a la vez tranquila al no ir con la intención de provocar problema alguno y sabiendo que voy con 5 compañeros más. Pero de repente, solo a 10 metros de la salida del hotel, primero Sebas y luego a los pocos segundos Jupabola, con muy buenas palabras pero con cierta preocupación, me invitan a ponerme la chaqueta.

Me quedo en shock.

Y tras un breve intercambio de opiniones decido ponérmela, pero algo hace “click” en mi cabeza y paso toda esa noche y el día siguiente con un malestar emocional como si acabara de perder un Mundial al minuto 90. No logro entender qué me está pasando.

Antes de seguir con el relato, es importante realizar un pequeño paréntesis: decidir pasar 45 días, con cada una de sus respectivas noches, con un grupo de hombres de los cuales solo conocía medianamente a uno, es una decisión que no se toma a la ligera. Pero la intuición es sinónimo de sabiduría y decidí aceptar ser parte de esta locura, confiando plenamente en el proyecto y en los humanos que lo conformamos. Por ello, junto con mi firmeza en creer que el mundo sería más lindo si en nuestros vínculos apostamos por la comunicación, honestidad y vulnerabilidad, decido abrirme al equipo, y junto a Jupabola, Sebas, Goye, René y Sasso, hacemos un ejercicio reflexivo deeeeeeeeeeeemasiado poderoso, que nos lleva a desaprender y deconstruirnos, una vez más. 

Y como somos personas generosas, queremos compartiros algunas de las conclusiones que surgieron:

-Mis compañeros, tras escucharme, hacen una autocrítica rotunda al darse cuenta de que durante todo el día de grabación, habíamos cometido alguna que otra irregularidad, vista desde el status quo que rige en tierras árabes. Habíamos hecho autostop, armado un set de grabación en frente de las pirámides, grabado ocultamente a unos policías que vinieron a ver qué regalos se llevaban y entrar la cámara en una Mezquita, entre otras. Tomamos tales riesgos, y ninguno levantó la voz en ningún momento, sin poner freno a estos actos poco frecuentes en países musulmanes. Pero de repente, a la primera de cambio, en que ese “estar al margen de la ley” es porque una chica decide llevar una camiseta de tirantes, se para el mundo. Cuando mis compañeros se dan cuenta de ello, hasta ellos mismos son quienes lo verbalizan, hay unos segundos de silencio en la buseta. Tales segundos se ven interrumpidos cuando consigo expresar la frustración que he sentido cuando a mí se me ha invitado a cambiarme de camiseta, y en cambio Sebas ha podido lucir durante todo el día una camiseta de tirantes que hasta se le veían sus lindos pezones, y todo tuanis. Pero yo no puedo (a pesar de no mostrar pezón alguno jeje) hacerlo. Ellos asienten, y siento que abrazan mis silenciosas lágrimas mientras yo, en mi interior, pienso en cómo sería vivir esta libertad coartada, no por un día, sino durante toda mi vida, desde mi nacimiento hasta mi muerte. Yo, para la cual la expresión corporal y la orientación sexual, plasmado en aspectos como la vestimenta, es tan importante e identitario. Lo pienso y me duele. Pienso en mis privilegios y decido abrazarlos y que ese dolor no me traspase, sino que me empuje más fuerte a seguir acompañando a niñas y mujeres que quieran luchar por sus derechos. Me motiva pensar en poder vivir en una sociedad donde todas las personas podamos llevar la “chema” de Messi o la de Shirley Cruz, de la manera en la que queramos vestirla.

-Otra de las conclusiones tiene que ver con la importancia de que las mujeres no tengamos que callarnos nuestros dolores y molestias, sino conversarlas con ellos, ya que es demasiado importante hacer a los niños y hombres, parte del cambio. Y por parte de ellos, es necesario tener la apertura, escucha activa y una empatía radical, partiendo de la realidad más absoluta que es ser consciente de que estamos a años luz de vivir en una sociedad toooooootalmente justa entre géneros. De la misma manera que yo jamás podré entender en su totalidad la xenofobia que atraviesa la vida de una mujer afrodescendiente, al yo ser europea, blanca y occidental. Es importante que los hombres validen los sentires que tenemos las mujeres, sabiendo que se puede alcanzar un nivel altísimo de empatía, pero que ésta jamás llegará a igualarse a la vivencia que vivimos nosotras mismas. Por dicha, encuentro esa empatía en mis compañeros, quienes de repente veo en sus ojos y en su lenguaje no verbal, una introspección que me sigue empujando a confiar plenamente en ellos.

-Por otro lado, es mentira que por llevar varios años trabajando con niñas y mujeres en zonas en riesgo social en Costa Rica, soy inmune a las injusticias y desigualdades basadas en género. Que mis pupilas hayan visto un gran número de atrocidades heteropatriarcales y que, para poder seguir haciéndoles frente debo conseguir que no me afecten, no significa realmente que no me afecten. Cada vez soy más consciente de que si menosprecian a una, nos menosprecian a todas, si tocan a una, nos tocan a todas, si pegan a una, nos pegan a todas, independientemente de la distancia, etnia, edad o hasta la religión o espiritualidad elegida.

-Para ir terminando, la verdad es que desde que tengo uso de razón, nadie me ha dicho cómo debo vestir. Probablemente a mi madre le hubiera gustado verme más en vestido rosa y menos en pantalón azul, dejando al descubierto rodillas llenas de rasguños fruto de darla toda en el patio del colegio detrás de un esférico. Pero jamás me lo impuso. Y de repente me veo con 29 años, llena de autonomía, empoderamiento, voz y voto, coartada de poder vestir mi camiseta favorita porque cargo el pecado por ir mostrando mis hombros. De nuevo, mi intención no es poner en tela de juicio las religiones y creencias, pero lo que sí tengo claro es que
mi cuerpo,
es mi decisión.
mi cuerpo,
es mi primer territorio defendido.
mi cuerpo,
es mi expresión e identidad.
mi cuerpo,
es mío y de nadie más.